domingo, 28 de marzo de 2010

PERVERSA AUTOAYUDA.

Andaba tranquila. Pensando. Paseando. Caminando. …ando. Cierta serenidad, alcanzada con mucho trabajo, era ya parte de mis señas de identidad. La gente me preguntaba que qué me había hecho, que estaba muy bonita. Y yo como si cualquier cosa les solía responder que nada. Y les sonreía. También solía ser amable (uno de mis cambios más notables) y la frase «eso es que vos me veis así» era otra de mis respuestas.

Los días transcurrían entre libros, escritura y algún que otro café conversado. Como esa frase de Piglia «La ausencia era eso. Un lugar que uno conoce y recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta.» Y es que la ausencia me sienta bien. Me permite tomar distancia de las cosas, de la gente, de los elementos, de los recuerdos. Y darles corporeidad desde mi no presencia. Claro que lo de la memoria es otra cosa. Siempre he sido una desmemoriada. Por eso voy construyendo historias de mí. Llenando los vacíos de aquello que no conocí y de lo que olvido sin remedio. Hace unos años eso me llenaba de angustia. Pero de un tiempo a esta parte me gusta, aunque puede causarme algunos contratiempos. Me inventé, por ejemplo, una historia de un viaje con X al Perú. Al principio, cuando la contaba (la historia, digo) todo iba perfectamente. Pero con el paso de los días se me iban olvidando algunos de los detalles que con tanto cuidado había maquinado. Como era de esperar, los fui sustituyendo por otros. Después me enteré (por algunos amigos atentos que nunca faltan) de un altercado entre algunos de ellos por detalles contradictorios como el destino del viaje, los lugares visitados, y hasta el acompañante tenía múltiples nombres, aspectos y capacidades amatorias diversas.

Lo de la costumbre es otra cosa. No había perdido la de levantarme temprano, por lo cual el amanecer y la brisa de la mañana seguían siendo uno de mis placeres diarios. Eso de oler el café y saborearlo mientras el oscuro horizonte se ilumina para el incendio.

Esa serenidad me había permitido (finalmente) tener una relación más racional con la computadora. Fue un largo camino de angustias, peleas y franca desesperación. Recuerdo un cuento que echó Enrique Arenas (como ya deben suponer es más que probable que no sea Enrique quien me echó el cuento) de una niña que le dijo a su niñera, quien le había prestado su máquina de escribir, que esa máquina era mejor que su computadora porque de una vez salían las palabras escritas en la página. Perfectamente lógico. Sin embargo en este mundo virtual (jaja) es ya una costumbre eso del correo electrónico (lo del hotmail, el gmail y etcétera). Y la internet, y la prensa electrónica, y las conversaciones (jaja) en tiempo real por skype.

Pero un día de estos el siguiente texto hizo su aparición en mi correo:

«Per-versos ha visto la luz, por eso inauguramos el año con una nueva convocatoria:
1.-Escribe tu propia parodia sobre los textos de autoayuda en cualquier género literario. Cinco cuartillas, si es en verso (máximo) y tres cuartillas, si es en prosa (máximo).
2.-Envíala a nuestro correo electrónico:
losmasperversos@gmail.com.
3.-Tienes hasta el domingo 28 de febrero a las 12.00 de la medianoche.
4.-Los diez (10) primeros textos irán a la lectura que se hará posteriormente.»

Debí haberlo sabido. No debí leerlo. Pero caí como una mosca después de golpearse con la botella de vidrio llena de agua. Desde ese día todo se convirtió en un tratar de ayudarme a mí misma sin saber porqué. Cuando la angustia se puso insoportable decidí buscar algunos libros para poderme autoayudar. Escribí «libros de autoayuda» en el buscador. Miles de páginas se mostraron ante mis ojos en un instante. Jamás podría terminar de autoayudarme.

Porque dígame usted cómo se hace para «Suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida», a menos que usted sea solo en el universo (para no tener preocupaciones, ya que las preocupaciones están relacionadas con los otros y lo otro), y en consecuencia disfrutar de la vida (pero la vida no existe si no existen los otros y lo otro). Probablemente en ese libro habrá técnicas o métodos para suprimir a los otros y a lo otro. Quizá se trate más bien de acabar con todo el planeta y quedarse tan pancho, al fin sin preocupaciones. ¿Y cómo queda uno? ¿Uno queda? Pero para más inri el mismo autor nos explica en otro libro «Cómo ganar amigos e influir sobre las personas». ¿Y entonces? ¿O los matas o te haces amiguito? ¿O contra más mates más amiguitos tendrá una?

Otro invita al lector a «Tropezarse con la felicidad». O sea: lo invita a una a dar con los pies en un obstáculo (en este caso la felicidad) al ir andando, por lo cual se puede caer y romperse o lastimarse. Lo más lógico es que una se enfurezca y le caiga a golpes a la felicidad hasta que ésta se aleje despavorida para siempre.

Intenté con «El sistema infalible para triunfar». Pero siempre he estado contra el sistema y ya estoy muy grande para caer a esta altura en sus garras. Lo de infalible es un chiste. Y, además, ni la victoria ni el éxito personal han sido parte de mis persecuciones.

Me niego definitivamente a ser un ratón en un laberinto para descubrir «Quién se ha llevado mi queso», en caso de que hubiese perdido mi queso, cualquier cosa que el ‘queso’ sea. Además conozco gente que se ha sentido inmensamente feliz al haber eliminado el queso, de lo cual también me alegré enormemente. Y a otros felices enquesándose.

Todo se iba poniendo cada vez más oscuro. Resbaladizo. Una sensación viscosa me fue cercando cuando encontré «Cómo hacer el amor toda la noche y enloquecer a una mujer». Sólo se había vendido en el Zulia y siete ejemplares. Imposible encontrar «Cómo hacer el amor toda la noche y enloquecer a un varón», en caso de que una pensara que tener sexo puede hacer perder el juicio a alguien y no lo contrario.

Con el «Manual de seducción» recordé el cuento de un amigo que obnubilado por el cuerpazo de una fémina (tremendas tetas y tremendo trasero) se lanzó sin compasión y más rápido que el rayo. Lo que encontró fue un engaño con arte y maña, que le había embargado el ánimo: el cuerpo aquel no era más que un sostén de gran copa con relleno y un artilugio adosado a las pantaletas.

Fui corriendo entonces «Hacia mi mágica presencia», aunque confieso que perdí hace algún tiempo el sentido del ridículo, pero tampoco así. Nunca he sido, ni por asomo, encantadora.

Cuando llegué a «Tus zonas erróneas» ya estaba harta de tanto despropósito de la mano invisible del mercado de la individualidad. Si seguía sus preceptos toda yo sería un error. Y eso sí que no. Mi desorden es lo que soy. Y me gusta.

He recuperado la razón y decidido no autoayudarme jamás. Me quedo, eso sí, con «El arte de la guerra», del viejo Sun Tzu (como siempre) y que por alguna equivocación monumental, de las tantas que hay en la falible internet, está entre los libros de autoayuda.

¡Y ustedes, perversos, pueden irse al carajo!

Berta Vega

En Maracaibo, febrero de 2010

1 comentario:

Susana Ramirez dijo...

Buenísimo!