miércoles, 31 de diciembre de 2008

QUÉ IMPERTINENTE MANERA DE VOLVER. MARTHA DURÁN


Las soledades de este libro

Tan pronto abrí esta colección de relatos de Martha Durán, me llamó la atención una cosa: había mucho silencio allí adentro. Sus personajes nos hablan desde una profunda intimidad, hablan desde un poco más allá de sí mismos, desde la soledad prolongada. Hay mucha soledad en este libro.
Hay un camino que atraviesa todas estas historias, camino por donde transitan seres que creen estar a punto de morir, que están convencidos de que van a desaparecer, que van hacia un silencio sin retorno y sin cuerpo. Éstas, son historias íntimas, despobladas, historias internas, delirios, neurosis, soliloquios delimitados por el ruido del propio cuerpo, un sublevado cuerpo que, de repente adoptó comportamientos extraños, como de final, como de muerte.
En estos cuentos todo parece diluirse, el cuerpo, la memoria, el sueño, la ciudad, las palabras, hay un aislamiento, un alejarse del mundo físico, del contacto humano, una ausencia absorbente, que se presenta despótica y autoritaria ante unos personajes que sobreviven solos, sin armas para defenderse. Esto lo podemos notar, por ejemplo, en el final del cuento Debe ser el calor, en esta historia el personaje comienza a perder las partes de su cuerpo, comienza a sufrir de un proceso de mutilación involuntaria inexplicable: “Me aterra pensar –todavía lo hago- que al fin todo termine por irse. No me importaba una mano, una oreja, un ojo; pero todo, es impensable. Ahora estoy en un completo estado de emergencia, no tengo hambre ni sed, ni piernas, no escucho absolutamente nada; no sé si estoy de pie, acostado o cansado, y lo peor de todo es que tampoco he sentido sueño”.
Estas ausencias parecen ir ganando terreno, ir ganando espacio. Leemos más adelante lo siguiente en el cuento Perdónenme, por favor: “Quisiera pedirles disculpas, arrodillarme si es necesario, arrodillarme hasta sentir vergüenza de mí misma. Pero ya ni sé dónde está, con quién está esa yo misma que ahora debe estar seguramente preparando su huida” (Pág. 30). Al parecer habita en otro espacio que no es concreto, que no tiene cuerpo, ese espacio en el que se encuentra es un espacio desde donde todo se le es negado, es un espacio en el que se ha recluido por ser un expulsado, un confinado. Esta desmaterialización se presenta en varias ocasiones, como en el inicio del cuento Nada más: “Que la ciudad me expulsa a cada instante, que no me quiere ver. Que el sol calienta mis zapatos más que a los demás, que me quema los pies. Camino –ya desterrada, deshecha- por su suelo de concreto y éste se aparta, me deja caminando casi en el aire, sin piso donde pisar” (Pág. 53).
Hay así, en medio de esa exclusión, de ese aislamiento, de esas ausencias, un ser reducido a un espacio construido de palabras, de palabras íntimas y solitarias, de palabras que necesitan también pertenecer a algo. Sólo las palabras acompañan a estos personajes, las palabras que los construyeron y las palabras que les permiten sobrevivir, que les permiten aferrarse al mundo, o a sí mismos, porque esas palabras son suyas, son ese espacio donde no hay nada más, donde no cabe nada más: “Soy una palabra que camina, que busca que alguien la diga, nada más” (Pág.: 55). Hay una especie de obsesión por la palabra hablada o escrita, por los nombres; en torno a ellas giran los movimientos, las búsquedas, los recuerdos. Atemoriza la palabra, da miedo pronunciarla, posee un poderoso sortilegio más fuerte que cualquier cuerpo, cualquier casa u objeto material. El nombre asusta, pero atrae, busca una voz que lo pronuncia, quiere desordenar lo poco que aún se mantiene en pie. Leemos en Modestia aparte, el Verbo lo siguiente: “Creía que el lenguaje conspiraba en su contra, tenía la certeza de ser víctima de una insurgencia verbal que no podía soportar”. Acechan las palabras, con su peso evocador, a veces punzante. Un poco más adelante leemos: “Su nombre escrito en un viejo cuaderno lo sacudió de repente, lo sintió como un golpe, como un temblor, como una caricia luego. Se dio cuenta entonces de que podía también guardar palabras, de que esa tarea –vasta e inagotable- podía devolverle aquello que había perdido. Sólo tenía que empezar a nombrar, a decir” (26). Y, en efecto, en estos relatos descubrimos pasadizos metalingüísticos en árbol, tiempo, morir, vocal, acantilado, arena, escribiente, mañana… palabras todas con las que se habita, signos que ocupan un lugar casi material.
Sin embargo, aquí asistimos a una manera peculiar de habitar. El cuerpo está, moribundo, asimétrico, agónico, sin sosiego, pero no parece colmar un espacio. La narración es casi siempre a tientas, desde un estado hipnótico de duermevela, sin lugar definido como en algunos sueños. El personaje de repente se encuentra con la ausencia de su realidad física, es sólo una sucesión de impresiones, de sacudidas en las emociones. El personaje, en su perplejidad, espera que transcurra su acto puro de recordar, de extrañar o de morir hasta que finalmente, se calla, hace silencio, desaparece, se ausenta de todo oído. ¿Será que callarse es una manera de no estar en el mundo? ¿Será por el eco que no producen los sonidos que no emito? ¿Será que yo mismo me percato de mi existencia cuando el sonido que produzco rebota en las cosas que nombro? Puede que el entorno se nos haga patente sólo cuando regresan las ondas que nuestra voz creó con anterioridad, con el mismo principio que usan los radares para detectar objetos a distancia, para medir altitudes, distancias, velocidades. Al nombrar, pintamos el aire de colores oscuros para hacer visible los objetos tenues, exactamente como los radares. Nombrar puede que sea sólo el sonido del reflejo, la certificación de mi propia existencia. Nombrarse es mirar nuestra imagen en el espejo y comprobar que aún nos reconocemos en la marisma de rostros vistos e imaginados.
En uno de los relatos, que también es una mezcla de ingenuidad y de violencia, el personaje se mira al espejo. Ve una niña de ojos café con su morral y sus creyones de cera, pero con ojos color café de mirada triste, cuyo cansado cuerpo ansía balancearse en una mecedora hasta quedarse dormida, a quien “…los huesos le pesan como fósiles, como materia vetusta que aún no ha sido descubierta por algún arqueólogo”. Estar en la intersección de los tiempos, no saber qué edad se tiene, ¿seres limpios, recién llegados o ejemplares resecos sobrevivientes de cataclismos prehistóricos?, ¿tenemos la edad que nos susurra la memoria o la que notamos en el pergamino de la piel? En la narración de la que hablo (Que me siento vieja y sólo tengo ocho años), se propone el recurso del regreso, de detenerse y dar marcha atrás para, quizás, comenzar de nuevo, volver a ese silencio del útero como una manera más deseada de morir, con una muerte maternal, que genere también olvido, y, como ya se dijo, también silencio.
Igualmente, en el cuento Extranjero también asistimos a la confusión, a la ocultación. En este caso, un pequeño lapsus, un simple descuido: sólo se ha olvidado de sí mismo, de su vida de siempre. Por selección natural, prefirió ser un recién llegado, un neófito en las situaciones de su única vida; decidió olvidar lo acostumbrado. Sabia decisión ésta, a mi modo de ver; inteligente despropósito, interesante recurso para los que ya no recuerdan qué es acabar de llegar, para los que ya no se acuerdan a qué supo por primera vez un beso o la piel ajena que duerme con nosotros todas las noches. Por lo tanto creo que este libro pudo haberse llamado también: Manual para perderse suavemente o Guía práctica para desaparecer en la tranquilidad de su hogar, o también, Cómo encontrar momentos para morirse. Aunque, ¡cuidado!, advierto que no es tan fácil como parece, existe la posibilidad de que lleguemos a extrañarnos a nosotros mismos, estamos ya bastante acostumbrados a este latido, a estos bostezos, a estos olores, a este raro envoltorio que no deja que la sangre se salga sola, puede que, luego, queramos volver a sentir este peso de estar o la sensación de habitar algún espacio del mundo. Deberíamos estar prevenidos por si llega a aparecer esta añoranza distinta; queda a riesgo de cada quien.
Desde la infancia que recupera el narrador en El patio o en Nunca la había visto llorar, se siente la aproximación al silencio, se comienza a transitar por la senda de la mudez y, al mismo tiempo, comienzan a ser evidentes las pequeñas marcas que deja la soledad en el cuerpo. Aquí vemos esto con claridad, dice: “A algún lado debe ir a parar la soledad, a algún lugar del cuerpo quiero decir, debe dejar una huella, una estampa latente, un síntoma quizá”. Éstas y algunas otras son las soledades que me trae este libro.

Luis Ángel Barreto

martes, 30 de diciembre de 2008

HAROLD PINTER PONE PUNTO ...Y SIGUE



Harold Pinter (10 de octubre de 1930 - 24 de diciembre de 2008) fue un dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2005. Escribió para teatro, televisión, radio y cine.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Harold_Pinter

3 poemas:

Las bombas

No quedan palabras por decir
sólo nos quedan las bombas
que estallan en nuestra cabeza
sólo nos quedan las bombas
que chupan lo último de nuestra sangre
sólo nos quedan las bombas
que lustran los cráneos de los muertos

Democracia

No hay escapatoria.
Salieron las grandes pijas.
Se cogerán todo en su camino.
Cuidado con tu trasero.

Reunión
En la noche oscura como la muerte

Los muertos de antaño miran hacia
los nuevos muertos
que avanzan hacia ellos

Hay un leve palpitar
cuando los muertos abrazan
los muertos de antaño
y abrazan a los muertos nuevos
que avanzan hacia ellos

Lloran y se besan
al reunirse nuevamente

por primera y última vez

Tomado de: PINTER, Harold (2006). Guerra/War. Traducción y prólogo por Andrew Graham-Yooll. Ediciones de la Flor. Buenos Aires, Argentina.

martes, 23 de diciembre de 2008

DE TÚ A TÚ CON RAFAEL MARÍA BARALT




El gran instrumento de las per-versiones...

Estas imágenes corresponden al recital de literatura venezolana que realizó Per-Versos en el liceo Rafael María Baralt el día sábado, 20 de diciembre, como parte del I Encuentro Cultural Navideño, enmarcado en el cierre del año académico de la Misión Sucre.
Anteriormente, el día jueves 18, se realizó otra lectura. Esas imágenes vienen en camino.
Saludos decembrinos con carcajadas per-versas (léase "Buajajá").

jueves, 11 de diciembre de 2008

¡AJO!


"No me tires de la memoria
que yo vengo del punk
y la cresta la llevo en la lengua"

Esto es un poema de la madrileña Ajo. Más adelante les echo un cuento de ella y sus micropoemas... y otras cosas.