A Julio Cortázar por su
“Canadá dry”
Qué sino extrañarte esta madrugada que no se acaba, recuerdo detalles de ti, tu falda negra que siempre te pones con esa boína azul oscura, tus innumerables pulseras, detallitos que siempre tienes en tus brazos. Sabes, recuerdo que no te gustaba comer carne de ninguna especie, que ya para ese entonces habías optado por ser vegetariana, que no te gustaba que fumara Marlboro rojo porque entonces no me podrías pedir un jaloncito de mi cigarrillo porque te parecía muy fuerte para tu garganta y tus pulmones, que disputábamos los turnos para leer fervientemente a Cortázar en mi apartamento atestado de libros. Juntos, tirados en la cama…y sí, no te tengo, estás ausente, ya no estás en mi apartamento que ahora está lleno de recuerdos, de momentos en que te evoco y pareces que estás a mi lado sentada en el diván de la sala y me parece que te abrazo y que comienza la lucha cuerpo a cuerpo, ese diván convertido en el más terrible campo de batalla, perenne, desalmada, sin tregua. Y en el momento en que ya logro dominarte, en el que te palpo suave pero firme, me acomete la triste realidad de los derrotados, el saber que lo imaginado es sólo una triste ficción que me invento, el saber que te fuiste segura de ti misma, autosuficiente y avasallante como un huracán a su paso por una isla del caribe dejándome naufragar solo en esta pequeña isla.
Abandonado esta madrugada, bajo la oscuridad del cuarto no hago más que encender cigarrillo tras cigarrillo esperándote sentado a la salida del baño, inmerso en mis pensamientos recurrentes, en recuerdos que vuelvo a vivir cada vez que me siento como esta madrugada: me debato en la nostalgia y la melancolía de no tenerte a mi lado mientras fumo y leo poesía, no tengo esa agradable y enfadosa presencia que me daba tu cuerpo al lado mío, ni tu exquisito perfume que no volveré a percibir más, porque no saldrás de la puerta del baño, mojada y envuelta en una larga toalla verde, ni dejarás caer esa toalla para que nos encontremos en la oscuridad, te habrás vuelto recuerdo, serás inmortal cada vez que te evoque en una madrugada como ésta y volveré a perderme en tus cabellos, volveré a recorrer con mis labios tu cuello, serás mi eterno divertimento, serás uno de los paraísos perdidos de los que habla Borges. Aunque te hayas ido yo todavía te seguiré esperando sentado a la salida del baño y volveré a fumarme un cigarrillo y volveré a esperar…
Paulette
Paulette no me ama. Terriblemente abrumadora es esta desdicha causada por su terrible mirar, mirar que atenúa mi melancólica esperanza, que se aviene y aparece a cada vuelta, en cada recodo, en los sitios oscuros de mi Maracaibo de noche… y vuelve ella a aparecer y mis pensamientos divagan por las calles y pienso lo mil veces pensado, lo mil veces ya decidido. Ando como un autómata en callejones viejos bajo la sombra de la penumbra maracucha. Paulette no me ama. Y no queda más que desistir, comprender, resignar, todo se acabó… y de verdad ¿se acabó? ¿Hubo realmente un principio? Paulette no me ama puedo, ser su hermano, su hijo, su amigo pero jamás su “affaire” su amante de turno. Y estoy postrado y tengo impedido las delicias y placeres de su cuerpo. Todo se acabó, no queda más sino aquella mítica y esperanzadora frase repetida por Paulette, Alhena, Gloria… de la pronta llegada de una hermosa advenediza. Frase que se me antoja quimérica, lastimosa y de un consuelo egoísta. Paulette no me ama y sin embargo es la madre tierra y yo soy su hijo que depende de sus cuidados, sus amores y complacencias… y sin embargo no me ama y estoy conciente que se acabó todo, mis trabajos y menesteres en el óvalo, en aquella plaza de toros donde trato de sortear cada embestida que se viene a mí y que no siempre esquivo. Paulette no me ama y escucho callado su frase final que se adviene como una cornada: “galán, todo terminó, se acabó tu faena.”
Qué sino extrañarte esta madrugada que no se acaba, recuerdo detalles de ti, tu falda negra que siempre te pones con esa boína azul oscura, tus innumerables pulseras, detallitos que siempre tienes en tus brazos. Sabes, recuerdo que no te gustaba comer carne de ninguna especie, que ya para ese entonces habías optado por ser vegetariana, que no te gustaba que fumara Marlboro rojo porque entonces no me podrías pedir un jaloncito de mi cigarrillo porque te parecía muy fuerte para tu garganta y tus pulmones, que disputábamos los turnos para leer fervientemente a Cortázar en mi apartamento atestado de libros. Juntos, tirados en la cama…y sí, no te tengo, estás ausente, ya no estás en mi apartamento que ahora está lleno de recuerdos, de momentos en que te evoco y pareces que estás a mi lado sentada en el diván de la sala y me parece que te abrazo y que comienza la lucha cuerpo a cuerpo, ese diván convertido en el más terrible campo de batalla, perenne, desalmada, sin tregua. Y en el momento en que ya logro dominarte, en el que te palpo suave pero firme, me acomete la triste realidad de los derrotados, el saber que lo imaginado es sólo una triste ficción que me invento, el saber que te fuiste segura de ti misma, autosuficiente y avasallante como un huracán a su paso por una isla del caribe dejándome naufragar solo en esta pequeña isla.
Abandonado esta madrugada, bajo la oscuridad del cuarto no hago más que encender cigarrillo tras cigarrillo esperándote sentado a la salida del baño, inmerso en mis pensamientos recurrentes, en recuerdos que vuelvo a vivir cada vez que me siento como esta madrugada: me debato en la nostalgia y la melancolía de no tenerte a mi lado mientras fumo y leo poesía, no tengo esa agradable y enfadosa presencia que me daba tu cuerpo al lado mío, ni tu exquisito perfume que no volveré a percibir más, porque no saldrás de la puerta del baño, mojada y envuelta en una larga toalla verde, ni dejarás caer esa toalla para que nos encontremos en la oscuridad, te habrás vuelto recuerdo, serás inmortal cada vez que te evoque en una madrugada como ésta y volveré a perderme en tus cabellos, volveré a recorrer con mis labios tu cuello, serás mi eterno divertimento, serás uno de los paraísos perdidos de los que habla Borges. Aunque te hayas ido yo todavía te seguiré esperando sentado a la salida del baño y volveré a fumarme un cigarrillo y volveré a esperar…
Paulette
Paulette no me ama. Terriblemente abrumadora es esta desdicha causada por su terrible mirar, mirar que atenúa mi melancólica esperanza, que se aviene y aparece a cada vuelta, en cada recodo, en los sitios oscuros de mi Maracaibo de noche… y vuelve ella a aparecer y mis pensamientos divagan por las calles y pienso lo mil veces pensado, lo mil veces ya decidido. Ando como un autómata en callejones viejos bajo la sombra de la penumbra maracucha. Paulette no me ama. Y no queda más que desistir, comprender, resignar, todo se acabó… y de verdad ¿se acabó? ¿Hubo realmente un principio? Paulette no me ama puedo, ser su hermano, su hijo, su amigo pero jamás su “affaire” su amante de turno. Y estoy postrado y tengo impedido las delicias y placeres de su cuerpo. Todo se acabó, no queda más sino aquella mítica y esperanzadora frase repetida por Paulette, Alhena, Gloria… de la pronta llegada de una hermosa advenediza. Frase que se me antoja quimérica, lastimosa y de un consuelo egoísta. Paulette no me ama y sin embargo es la madre tierra y yo soy su hijo que depende de sus cuidados, sus amores y complacencias… y sin embargo no me ama y estoy conciente que se acabó todo, mis trabajos y menesteres en el óvalo, en aquella plaza de toros donde trato de sortear cada embestida que se viene a mí y que no siempre esquivo. Paulette no me ama y escucho callado su frase final que se adviene como una cornada: “galán, todo terminó, se acabó tu faena.”
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